Lo que no te dicen de estudiar en el conservatorio

Para quienes tenemos la gran dicha de superar los estereotipos cansones y batir todas las incertidumbres con pasión, llegar a estudiar a un conservatorio en música es más que una maratón; no llevamos 5 años metidos en cubículos estudiando, como la mayoría de carreras universitarias: llevamos toda una vida de técnica y sacrificios para lograrlo.

Sin duda disfrutamos muchísimo de nuestra infancia y adolescencia yendo a ensayos y campamentos, o compitiendo por quién resuelve el ritmo garrapatéico; componiendo un contrapunto perfecto sin quintas paralelas, y tocando una fuga honrando a papá Bach. Nuestros padres se sientan en primeras filas, nos graban y toman fotos, la familia sabe que algún sábado de fiesta “tenía ensayo” y no pude asistir a algún cumpleaños. Diferente a otras carreras, trabajamos en nuestro campo antes de graduarnos: ya damos clases y andamos por el mundo tocando y grabando, codeándonos con grandes figuras mundiales (o quienes lo serán prontamente—niñes prodigios que ganaron primera silla en la audición de la orquesta del mundo mundial).

Suena a una vida de aventuras, amigues entrañables, escenarios importantes, pasaporte lleno de estampas, un corazón contento, y un idealismo entrañable. Lo que no nos cuentan son tantas cosas que, cuando pegamos frente a ellas, producen cuestionamientos existenciales que, quienes tienen suerte, bordean y siguen su camino… les cuento que esos son la minoría.

Algunes me dicen que estos escritos se aplican a muchos otros oficios, pero no estoy tan segura si este precisamente tiene comparación. Siempre pienso en los médicos, quienes al igual que los artistas, nunca terminan de estudiar ni experimentar, alimentan su curiosidad todos los días, sacrifican muchísimas horas de sueño por una guardia y por estudiar algún caso, además de la cantidad de años que les toma tener su título con especialidad. Pero es que aquí quiero hablar de algunas cosas que son, creo yo, únicas de nuestra profesión de músicos.

Sacrificios tempranos

Primero, tenemos el hecho de que la mayoría comenzamos a una tempranísima edad. Ya les he contado cómo yo aprendí primero a escribir en un pentagrama cuando ni siquiera sabía escribir mi nombre. Hay quienes pasan parte de su infancia practicando 5 horas diarias, además de ir a la escuela y hacer tareas. He escuchado historias de niñes que no les dejan jugar en un parque o montarse a una bicicleta para “cuidar sus manos de ___(inserten instrumento)___“.

Vacaciones con tareas, para avanzar y no quedar rezagados. Campamentos de verano muy disfrutados, pero también con excesivas horas de ensayo y lesiones que aparecen como efecto dominó entre las filas de la orquesta. Exámenes y audiciones en donde estarás enfrentándote a profes, en el mejor de los casos, con cara de cansados de escuchar tantas escalas. ¿En el peor de los casos? No me den cuerda… historias de terror hemos escuchado por montón, en donde deciden tu futuro sentenciándote desde los 10 años.

El mundo real?

Viene la adolescencia, y de repente no sabés quién sos, ni que querés con tu vida. Querés irte de fiesta con tus compañeros del cole; todos salen de clases y se van a dar vueltas al mall, cuando vos tenés que regresar a casa a practicar, o tenés tu clase de instrumento en seguida. Cuando todos son “cool”, vos sos el ñoño que toca su instrumentito y que al parecer a nadie más le importa, solo al director del cole que te pide toqués en todos los actos oficiales. Algunos salen ilesos y continúan, muchos desistimos por cansancio, desilusión, depresión, o por curiosidad de ver cómo es el mundo real, ese que todos los demás viven.

Y todo esto para qué?

Si continuamos, nos esperan incontables horas de encierro en un cubículo practicando escalas, articulaciones, notas largas, escuchando a los grandes interpretar las mismas obras que estudiamos. Mientras el del aula de la par hace exactamente lo mismo, y algunos comienzan con la comparación y la competencia: estudiar más horas, ganar la mejor silla en orquesta, tocar esta pieza más rápido que el otro, y a veces hasta hablar mal para… ¿para qué? La verdad nunca lo supe.

Hay muchísimos momentos en los que muchos nos preguntamos de qué sirve lo que estamos haciendo… ¿estamos cambiando el mundo? ¿detendremos el calentamiento global? ¿estamos ayudando económicamente al país a salir adelante? ¿por qué existe esta profesión, y qué quiero hacer con ella? La música, realmente, ¿hace alguna diferencia en la vida de otros y en la mía?

Ser músico es un camino largo, ya sea dentro de un conservatorio o fuera de él. Lleva muchas horas de prueba y error, de conocer y conectar con otros para crear un ensamble, muchas horas no solo de estar con el instrumento sino también de escuchar a otros para conocer nuestro estilo y preferencias, años de consolidación. 

Además de todo esto, el cansancio físico es REAL. Casi todas las profesiones tienen un desgaste físico importante; a los músicos se nos olvida que somos deportistas, que repetimos los mismos movimientos por horas de horas a la semana. Es común tener la espalda llena de contracturas, salir con alguna lesión importante en algún momento de la carrera; dormir poco, o mal, y ensayar a horas que “no son de dios”. 

¿Por qué seguimos aquí y así? Pues porque no podemos vivir de otra manera que no sea a través de la música. Al menos a esa conclusión he llegado… si no es tocándola, es escuchándola, enseñándola, componiéndola, dirigiéndola, o hasta narrándola como se me ha dado últimamente a mí. La pasión se externa de maneras diferentes, y cada quién con su medida de realidad diferente; pero a pesar de todo esto, continuamos porque nos llama como un imán a seguir viendo la vida en tonos y texturas,ondas sonoras, pentagramas, un lenguaje secreto de señas con los ojos con tus compañeros de ensamble, aplausos y satisfacción personal de vivir un momento irrepetible.

No desesperen. Mis blogs tratan de ser positivos, y aunque no parezca, este también. Siento el deber de compartir un poco todas estas reflexiones con toda la verdad que conozco, en mis varias décadas de andar con pentagramas a cuestas. Es un camino hermoso que todos merecemos transitar, pero sí que hay cosas que nadie cuenta o no quiere ver sobre esta profesión, y todo lo que cuesta. Es importante que reconozcamos que estar en este camino no es sencillo, y que es totalmente normal pasar por los cuestionamientos que he escrito antes: el camino del arte no es idílico, no es solo pasión, aplausos y fama.

A todos les digo: vale la pena cuestionarse las cosas, dar un paso atrás y encontrar perspectiva. También buscar ayuda y acompañamiento, que lo tenemos por la parte técnica, mas no hemos llegado a la parte psicológica de ayuda vocacional.

No se sientan solos, todos sabemos que tocar es hermoso y que en lo personal es lo que nos llena y nos realiza como seres humanos. Shinichi Suzuki lo tenía muy claro cuando decía que más que enseñar a tocar el violín, quería formar a niños felices y completos. Al final de cuentas, de eso se trata: si cambiamos nuestro mundo, podemos vivir a través de la música, y no que la música nos atraviese y nos deje un poco atolondrados.

Perdámonos en la música para encontrarnos a nosotros mismos

Deja un comentario